Frágil por Jeanne Karen en La máquina verde



Si observamos algo tan pequeño, de esas cosas que pasan desapercibidas casi en cualquier habitación, patio, lugar público, por ejemplo una telaraña; luego si por varios días vamos por el mismo lugar y la seguimos viendo, pero detenidamente, con sus detalles y con lo que la hace especial, con el polvo que se le acumula, los restos de un insecto. O quizás otro día podamos mirar la última fruta que cuelga de un árbol, preciosa en su madurez exacta, dulce, tal vez brillante bajo los últimos rayos solares del verano. Ahora, si miramos hacia dentro, a esa construcción que hemos levantado, a la que le llamamos nuestra, tan nuestra que no se parece a nada, un mundo interior. En ese lugar, en ese rinconcito hay algo vital: la fragilidad, y aparece como un personaje importante, dominando las sutilezas del más profundo yo.

La mente es a veces esa pequeña barquita que se mece con el viento en un mar quieto, su estabilidad depende del estado del cielo y del enorme cuerpo de agua. Esa barquita se puede alejar de la orilla, se puede perder o se puede quebrar. Imaginen una gran tormenta que la dejará hecha astillas.

Mirar nuestra fragilidad, darnos cuenta de que está viva, que está activa en algún sitio, esa flamita, la voz suave que apenas se escucha, pero su idioma es solamente para nosotros, su tono, su música.

Ser frágil no está mal, admitirlo tampoco, lo aprendí recientemente, dejarse caer a veces es necesario y esperar a que con la pura fe, con la fuerza de voluntad o con otras potencias desconocidas, nos elevemos del suelo. Necesitamos creer. Precisamos de mucha ayuda, ayuda de donde se pueda.

Para mí ser frágil es simplemente ser, ser humana, conceder territorios a eso que se desmorona y que ocupa cada vez más espacio.

Algo despertó en mí esa sensación o ¿emoción? Algo movió esa cosita diminuta que me sostenía. La telaraña cargó un poco más de polvo y todo se vino abajo. Me he dado cuenta que no es posible mantenerse de pie cuando por dentro somos un llamado de auxilio, somos una casa a la que se le movieron los cimientos.

Pero está bien, está bien estar atentos, darnos cuenta de que nos sucede la vida misma, con su peso, sus cambios, caprichos, arrebatos.

Imagino ahora mismo una luz, una familia de ángeles que alzan todo el escombro, esa cortina de oscuridad que no me deja ver más allá. Imagino que poco a poco la tormenta levantará también su ira, su destrucción, para dejarme de nuevo como una telaraña que sobrevive, que se mueve, que deja que todo pase, pero sin romperse, sin vencerse por fin, de tanto ir y venir o de la presencia irrefutable de la araña.

Les diré algo, cuando sientan que nada se acomoda, cuando sientan que al levantar la vista, el propio día los lastima, lean poesía. Yo recurro a los poemas más amados, es decir, a los poemas que de alguna forma han hecho de mí una lectora, los versos en donde encontré fuerza, pero también esos otros para dejarme caer y tener la certeza sobre mi capacidad de reconstruirme de nuevo, recoger lo que haga falta, abrir la tierra para la semilla nueva.

Recuerdo un libro muy especial y entre los textos, uno que tiene una claridad demoledora: Llego tarde. He perdido mi camino entre las brozas. Cuántos destellos sobre las flores. Nada he visto. Cada uno afanado a ras del suelo. Se colma el escenario. Todos me evitan ya. Todos me olvidan”.

Gracias a Claude Esteban y su libro “Coyuntura del cuerpo y el jardín”, por recordarme que hasta las pálidas flores necesitan de esos destellos de apariencia todavía más frágil para poder ser. Intentemos brillar de nuevo, siempre, cada vez.

Publicado por jeannekaren

Poeta y escritora.

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