La bestia.

Por Laritza Perez Rodriguez.

Dentro de mi casa soy una bestia insomne. No importa el cansancio, el esfuerzo o los brebajes: dentro de mi casa no puedo dormir. La certeza de saberme en un lugar no-seguro me lo impide. Cuando cae la noche, y las luces se apagan, yo monitoreo cada ruido. El crujido del techo. El empuje del viento en las ventanas. Los cuerpos que se mueven en la habitación de al lado. Mi cuarto no tiene puerta. Nada me protege. Suelo esconderme en el baño. Compruebo obsesivamente que nadie pueda entrar. Tomo la llave y la escondo en mi bolsillo. La puerta del baño me protege del resto de la casa. Afuera, aguardan por mí. La mirada de mi padre, que se escurre por mi cuerpo helándome los huesos. La palabra hiriente de mi madre, que me reprocha el acto de no ser “buena hija”. He nacido del vientre de una madre-ciega, madre-esclava, madre-cómplice. La hija (no pródiga) que se entrega en un ritual de sacrificio. Soy la bestia que no merece ser salvada. La incorregible. La irreverente. La que osó crecer cuando la preferían niña. La que se niega a dormir y guarda siempre un cuchillo (que nunca ha usado) bajo la almohada. Soy la bestia que se refugia tras la puerta del baño, y llora porque no posee la fuerza de las bestias mitológicas. Golpeo mis puños contra las paredes hasta que duelen. Los veo sangrar. En los cuentos nunca hablan de la sangre de las bestias. Son sus muertes inminentes. Necesarias. Para las personas que visitan mi casa soy un ser detestable. No saludo con besos, ni levanto la mirada cuando me hablan. Todos aseguran que estoy loca. Me distraigo cortando mi labio inferior. No comprenden la paz que trae consigo el sabor a metal. La sangre de una bestia prueba que está viva. Aunque las miradas de los hombres la profanen como si estuviera muerta. Mirar el piso del baño me distrae. Memorizo sus patrones (flores y manchas). Mi mamá limpia esas baldosas todos dos días. Aunque esté cansada. Aunque sea tarde. Aunque mi padre lleve horas en el sillón del portal, insistiendo en que me siente en sus piernas. Mi mamá me regaña porque me niego a sentarme. Me culpa de las penurias de nuestra familia. Restriega en mi cara que no quiero a nadie. Tiemblo de rabia. Convulsiono. Y me pregunto: cuándo fue que mi mamá olvidó que, también ella —una vez—, fue la bestia. 



Laritza Perez Rodriguez, cubana de 28 años que ama la literatura y las gatas. Soy psicóloga y activista por los derechos de las mujeres lesbianas y bisexuales.


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Publicado por La Coyol Revista

Revista hecha por y para mujeres escritoras y artistas

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