Resistir desde la ternura

(Colaboración)


Por Valeria Colín


Por allí había leído en más de una ocasión que la valentía está en ser suaves; que las formas más valientes de resistir son desde la ternura. Tardé en comprender porqué las palabras resistencia y suavidad se anotaban tan insistentemente una al lado de la otra. Por qué «ser suave» implicaría la necesidad de tener coraje…
Y entonces lo entendí. Con la carne, no con esa iluminación pasiva que agasaja a los
intelectuales. Lo entendí con la tripa cuando lavaba biberones al borde de una crisis mientras mi bebé lloraba exigente de mis brazos, aunque la tuviera a dos pasos de mí en su sillita.
Lloraba con ese llanto que sé que no viene desde el dolor o del miedo, sino desde la falta.
Una falta que no es de sueño ni de alimento, más bien de mi atención. Solo eso. Tan poco urgente. Tan pequeño e irracional ante cosas como una casa a medio hacer, una crisis económica tocando la puerta, un dolor de panza, una punzada en la sien, un desayuno esperando, una sequía. A ella nada de eso le importaba. Lloraba y gritaba pidiendo mi cuerpo.
Sentía algo efervescer. Sentía que lo más fácil, lo más «natural», era gritarle. Lo que me
quería salir del pecho era un cállate, contundente. Pero no.
Respiré. Respiré hondo, cerré los ojos, sentí las manos jabonosas. Elegí lo más valiente. Elegí morder ese grito antes de que trepara por mi garganta; desde el estómago lo pesqué. Respiré y me tragué el amargo rugido que alguna vez recibí por comportarme inoportuna.
Y entonces, como una estoica, le hablé a mi hija con la voz más dulce que tengo y le canté alguna tontería y le pedí un par de minutos más. Luego me acerqué a ella, la saqué de su silla y le di lo que necesitaba con tanta urgencia, aunque para mi mente racional fuera solo un capricho. Los trastes supieron esperar silenciosos.
Lo entendí, elegir la suavidad porque el mundo está hecho una arista con aristas -puntiagudo, filoso, punzocortante-, era un acto tremendo.
Había que tener mucho temple para no reverberar en esa escena íntima entre nosotras, el eco del mundo de afuera y el que llevo dentro tantas veces como un reflejo.
Resistir desde la ternura fue parar en seco la mole de mil toneladas de rabia, de miedo, de vísceras. Fue no dejarme dominar por aquello, practicar lo otro: lo calmado, lo paciente. Creo que para no heredar heridas, hay que ser valientes, hay que ver las propias grietas y no dejar que se extiendan hacia los muros ajenos.
Pienso mucho en la necesidad de mostrarle a mi hija todas las facetas de su madre. Pienso en la importancia de ser completa, mujer, humana. En la vitalidad que aprenda que son igual de válidos los destellos que las desdichas. Y también pienso que bajo esa premisa, puedo caer en una trampa. La forma en que ella vea todo eso en mí, no debe ser en contra suya.
Al final creo que a pesar de todo, ella merece dulzura al pedirme los brazos.

Publicado por LaCoyolRevista

No sé quien soy. No ando en busca de estilo, sino de retos.

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