Polilla en Versos | Sobre la Escritura y otros Miedos de la Infancia

Por Paola Rodríguez


«No creo en fantasmas, pero me dan miedo»

—Madame de Deffand

La oscuridad, el monstruo bajo la cama, las tormentas eléctricas, los insectos de apariencia desagradable o esa vieja muñeca que la abuela tenía  en la esquina de su habitación. Miedo.  De distintos aspectos, capaz de adaptarse a su víctima (según crea necesario), puede deformarse y retorcerse hasta convertirse en el objeto preciso que nos provocará noches de insomnio.

Desde que nací, el miedo tuvo un lugar privilegiado en mi vida. No sé exactamente cuál fue el detonante, pero a la temprana edad de doce años yo ya había reconocido al temor como la mayor constante de mi existencia. Una nube gris que se aferraba a mi cabeza dejándome inmóvil, que había llenado de llantos interminables mis primeros meses de vida y me obligaba a mostrar una actitud desconfiada ante el mundo. Y yo sé, todos los niños suelen temerle a algo, pero yo le tenía miedo a todo.

A pesar de eso, debo admitir que el miedo no siempre apareció de una manera desagradable y que, aunque suene absurdo, muchas veces yo misma lo busqué. Lo sé porque estuvo presente en los primeros libros que llegaron a mis manos (mejor dicho, que yo tomé a escondidas del reducido librero de mi abuela), en mis series favoritas de la infancia y en mi natural fascinación por los relatos de fantasmas que contaba mi madre. Después se infiltró de forma casi automática en mi escritura. Me dijeron que la manera más conveniente de empezar a escribir es hacerlo sobre algo que conoces y el miedo era lo que yo conocía mejor. Lo tuve cerca de mí tanto tiempo que ya no puedo decir en qué momento mi relación con él cambio, en qué instante la sensación de un escalofrío se volvió algo agradable y empecé a disfrutar del temor como compañía, pero ahora ya no encuentro la manera de mirar mi vida como lectora y como autora sin que el miedo esté presente.

Aún me parece curioso que me resulte reconfortante escribir sobre lo que me causa  temor. Tal vez me gusta el  poder dar explicación a lo que no entiendo, aunque la mayoría de las veces  pueda resultar más espantosa que la realidad. Quizá la adrenalina que siento cuando estoy asustada sea lo que me gusta y hace que quiera compartirlo con los demás.

En realidad no estoy segura. Solo sé que me siento más tranquila cuando termino de escribir. Es como si el miedo se hubiera quedado pegado en la hoja imitando a una mariposa sujeta por alfileres. Desde afuera puedo admirarlo, examinarlo y después ir por él para utilizarlo cuándo lo crea necesario, pero ahora sin esa sensación constante de que me está persiguiendo. Al menos hasta que encuentre otra cosa que me asuste. Porque, como dije al inicio, el miedo toma muchas formas que siempre busca la manera de escabullirse, de aparecer donde menos lo esperas, y supongo que está bien. Después de todo, él y yo ahora somos buenos amigos.


Biografía del autor. Paola Lizbeth Rodríguez Gómez (Tepatitlán de Morelos, 1999) Egresada de la Licenciatura de Escritura Creativa de la Universidad de Guadalajara. Algunos de sus textos narrativos han sido publicados en la revista de literatura Al Margen, además de otras pequeñas colaboraciones en revistas independientes y fanzines. También disfruta de la poesía visual y el art-journal.

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