El cielo de mi ciudad por Jeanne Karen en La máquina verde

Hoy parece que solamente trabajo los lunes por la mañana, estoy motivada, terminé la limpieza de la casa y por fin, frente a la computadora y con un buen café, abro un archivo de Word.

No sé si el texto de hoy será valioso, no sé ni siquiera si quedará guardado entre tantas cosas que ya tiene la memoria, no solo la propia, también la de la máquina. Estos días he estado leyendo algunas cosas, por lo que llegué pronto a la conclusión de que los libros que amo me han llegado siempre; por alguna razón he tenido suerte o tal vez solamente soy neurótica, por lo que evito salir e ir a conseguir algún libro; sin embargo espero con paciencia los días de los eventos, de las ferias, de las presentaciones y aunque no acudo a todo, trato por lo menos de ir a las cosas que más me interesan y que además entran dentro de mis días libres.

Tengo pocas horas al día para hacer lo que realmente deseo y lo que más quiero, es tener más poesía para leer, para vivir, no me importa tanto de dónde venga, solamente quiero leerla, disfrutarla, conocerla más. Los libros de poesía entran a mi vida, pero rara vez se van.

Hace poco fui a un espacio universitario, invitada para realizar una actividad, no sabía si era una lectura de mi obra o si tendría que charlar sobre un tema, pero estaba ahí también porque necesitaba un gran hallazgo, había venta de libros y pensé que era una buena oportunidad para encontrar algo por mi cuenta, pero para cuando llegué, el último stand estaba a punto de ser desmantelado, pero, en lugar de caer en la desilusión, decidí disfrutar el momento y así fue.

Había una interpretación de poesía sobre la muerte, a cargo de un grupo de teatro de la universidad, los jóvenes estuvieron fantásticos, sentí ese ánimo y vitalidad que a las personas de mi edad ya les empieza a hacer falta; en fin, el evento me gustó, pero lo que realmente llenó mis ojos esa noche fue el extenso cielo estrellado, hacía tanto que no lo veía así, cerca de casa hay tantas luces artificiales que ya no se disfruta, en cambio allá, en la parte elevada de la ciudad se puede ver con más definición y sentí la libertad del animal bajo ese manto, bajo lo nocturno, bajo lo desconocido.

Por lo que pensé en lo afortunada que soy, en lo afortunados que somos, pensé también en la dicha de percibir, de detenerse, de sentir. Más noches así, más tiempo para mirar los cielos estrellados y hacer divagar nuestras mentes, que el puente entre lo que debemos y lo que deseamos hacer, se acorte, se caiga, desaparezca.

Publicado por jeannekaren

Poeta y escritora.

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