Susana Argueta
No es mi primer viaje sola. Estoy aterrada. La carretera se tiende en línea recta cruzando a través del desierto donde apenas va amaneciendo. El termómetro del tablero marca 18° y aumenta con rapidez conforme el sol se va elevando por encima del horizonte.
Apenas me acostumbro a este coche rentado. Lo recogí apenas hace unas horas en el aeropuerto de La Paz, pensando en que era una buena idea para evitar el viaje en autobús con maletas, subiendo y bajando en terminales sucias y con riesgo de contagio de Covid. Ahora, cuando ruedo por una solitaria carretera rumbo a Los Cabos, ya no estoy tan segura. El entrenamiento citadino de toda mi vida para mantenerme a salvo me hace dudar. Estoy sudando.
¿Por qué tomé esta decisión? En otras ocasiones he viajado sola y con menos temor. ¿Qué me intimida?
Me evado pensando en que soy la única de mis hermanas que lo ha hecho así. Tampoco mis primas tienen tanta independencia. Predomina el sexo femenino en la familia. Mi madre, sus hermanas; mi abuela, sus hermanas. Mi bisabuela, sus hermanas. La mayoría, matriarcas a fuerzas por el abandono del hombre, la viudez, la maternidad en soltería. Me siento vanguardia en la familia. Una vanguardia con miedo.
(Primera de cinco partes)