Matrimonio

por Yolanda López Martínez

Salió de la habitación enojado porque no podía encontrar la maleta para irse con su madre y empezó a gritarle a su esposa, mientras ella lavaba los trastes.

― ¿Dónde está mi maleta, mujer? No puede ser que siempre que busco algo no está donde debe. Según tú no querías una que nos ayudara mi mamá porque tú podías sola con la casa, pero ya vi que no.

Espero que aprendas pronto, llevo cinco años aguantandote. No sé cuando te vas a dignar hacer las cosas como a mí me gustan.  

¿Aún no lavas la ropa? ¿Qué pretendes que me lleve? Por  lo menos ahora mi madre me va a creer que no me sirves como mujer. Todo el  tiempo te defiende diciendo que pronto serás la mujer que merezco, que te tenga paciencia, pero sabes muy bien que ese no es mi fuerte.

Me casé contigo por pura lástima. ¿Sabes lo patético que era verte de un lado a otro de la facultad con tus libros? Salí contigo por lástima y porque tenías fama de coger rico.

¿Ahora no vas a llorar? Así me gusta más que no digas y no hagas nada. No sabes cómo odio aguantar tus berridos. Yo no tengo la culpa que tu padre te haya tratado como princesa toda tu triste vida. Una chinga de vez de en cuando te hubiera caído bien para quitarte lo mimada.

¿Te vas a quedar parada lavando los trastes? ¿No vas a chillar? En serio que no te entiendo. Cuando te dije que me iba a ir con Azalea de vacaciones porque tú te sentías mal, berreaste y me suplicaste que no lo hiciera que me quedara porque estabas sola ¿y fue mi culpa que cayeras mal y perdieras al chamaco? ¿No, verdad? Al final de cuentas, para tu suerte, Azalea resultó ser más mojigata que zorra y decidió no venir, lo bueno que no tuve que verla de nuevo porque firmó su renuncia sin objeción a la maldita perra.

Esta vez no me voy a quedar, me largo. ¿No vas a decir nada? ¿Te vas a quedar ahí lavando? ¿Me estás escuchando?

Se acercó a ella para golpearla, pero no podía sentir la tela de la ropa o el calor del cuerpo de su esposa cuando puso su mano sobre su hombro.

― ¿Qué es esto? ¡Mírame!

Él trató de tirar un vaso de la mesa, la sensación de no traer nada en las manos era la misma. Dio unos pasos hacia atrás. Se tropezó con algo y cayó de espaldas sobre él, era su cadáver.

― ¿Qué hiciste, mujer? ¿Qué me hiciste? ―dijo con desesperación mientras se levantaba.

Su cuerpo estaba tendido detrás de la barra que separaba la sala de la cocina, tenía varias heridas en el pecho y en el piso había un charco de sangre. Caminó hacia su esposa, ella estaba tratando de quitar la sangre del cuchillo que utilizó.

― ¿Por qué, mujer? Yo solo quería hacerte una mejor mujer para mí ―dijo buscando una silla para sentarse.

De reojo vio un pequeño bulto cerca de la entrada de la habitación. Se acercó porque el bulto se movía y empezaba a materializarse de a poco. Tirado en el piso estaba el feto que su esposa perdió cuando él la pateó y cayó sobre su vientre. El feto estaba cubierto de fluidos y aún tenía la placenta. El hombre gritó y trató de patear al feto para quitarlo de ahí, pero parecía que el bebé no se despegaba de ese lugar.

La mujer entró a la habitación y se sentó en la cama mirando a la puerta.

― Bueno, sabíamos que esto iba a pasar.

El hombre se estremeció porque pensó que al fin podía verlo, la realidad es que ella le estaba hablando a su cadáver.

― En algún momento tú me ibas a matar, ya no quería seguir con esta vida. Tu madre y la mía nos tenían mucha fe porque fingimos muy bien frente a ellas, mi papá sospechó de ti desde que éramos novios, aunque yo te defendía y él comprendía que me hacías feliz. Ahora tendré que pensar qué y cómo les diré que ya no estás, tal vez pueda deshacerme de tu cadáver, necesito más tiempo para cortarte, quitarte la carne y desangrarte. Podré decirles que me abandonaste por otra mujer, pero tu madre se va a preocupar por su “niño” y querrá contactarte. Odio la relación que tenías con ella, tan meloso y respetuoso. A mí nunca me diste eso.

Creí que el bebé te cambiaría el carácter, era un hermoso bebé varón, pero hiciste tu berrinche, me golpeaste y murió dentro de mí. Lo que me dolió fue mentirle a mi padre diciéndole que fue un problema con el embarazo porque él estaba dispuesto a matarte, yo no quería que mi padre se manchara las manos con tu asquerosa sangre.

Tengo mucho trabajo que hacer contigo ahora. Tú que siempre me hacías dudar de mi habilidad como enfermera y creo que en esta ocasión la aplicaré.

La mujer se levantó de la cama. El hombre se sentó a la mesa y durante las siguientes horas observó todo lo que su esposa le hacía a su cadáver sin poder decir o hacer nada.


Yolanda López Martínez nació en la Ciudad de México. A una temprana edad se percató que las historias servían para entretener, conocer nuevas cosas y, sobretodo, para asustar.

Consumidora de libros y películas del género de terror, se dedicaría durante sus años escolares a perfeccionar su forma de escribir para crear nuevas maneras de asustar y tener su propio mundo infestado de seres sobrenaturales. Al salir del bachillerato, decidió estudiar la licenciatura de Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) para seguir aprendiendo a mejorar su técnica. Al terminar la licenciatura trabajaría durante un tiempo como profesora en un programa social del gobierno fomentando en sus alumnos el gusto por la escritura y la lectura.

Publicado por La Coyol Revista

Revista hecha por y para mujeres escritoras y artistas

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