Dejar pasar al intruso, primera parte

Nelly González

Dejar pasar al intruso es el nombre de mi columna pero también es lo que en este momento me atraviesa. A propósito del año nuevo puedo decir que en este y en muchos años anteriores el intruso ha estado en mí, es increíble lo poquísimo que cambiamos, como un continuo vivir en automático, con lo apre(he)ndido por la familia y el contexto donde crecimos, sin reflexionar profundamente por qué pensamos o decimos lo que decimos de cierta manera: todxs tenemos paradigmas y una vez que identificamos cuáles son los nuestros es una traición hacia una misma seguir actuando de cierta forma si no estamos conforme con ello; lo interesante de estar vivxs es que cada día podemos mejorar, modificar, pausar y, sobre todo, cuestionar quiénes somos, no para el mundo sino quién soy yo estando a solas, por qué me duele lo que me duele o por qué siento tanto afecto por esto o lo otro.

Desde que nació Eileen ya no he tenido opción de ignorar al intruso, porque claro que cuando se es más joven es divertido ser irresponsable y dejarse llevar por la corriente, que otrxs tomen el control y así tener a quién culpar cuando las cosas no salen como queremos, pero la maternidad cambia todo drásticamente: de golpe dejé de ser Nelly para pasar a ser la mamá de Eileen, de golpe renuncié a muchas posibilidades y aunque cuando una se embaraza medio lo sospecha, es hasta que lo vives cuando puedes verte situada en el inicio de la montaña más grande y con una larga caminata cuesta arriba, que es el educar a un humanito, y de la necesidad de hacerlo lo mejor que se pueda, sin transmitir la ira, los caprichos, el miedo, los complejos, entonces así, de golpe, tuve/tengo que dejar de evadir a mi intruso y verlo a los ojos.

Cuando digo intruso una pensaría en el otro, en lo otro, lo que hay afuera y llega a corromper el espacio nuestro. Un algo que llegó sin ser invitado, sin embargo, está ahí, como el elefante en la habitación: este intruso es mi discurso interno,  mi drama personal, mi inclinación al autosabotaje, mis celos y posesión, la envidia, los reclamos, es también el miedo que una vez mi madre sembró en mí y el siempre erguido “no puedes”, es el agua estancada que con el paso de los años despide el olor del olvido, de la incapacidad,  pero esa semilla la sembraron también en ella y eso me queda claro; es también la ausencia de mi padre, el carácter de mi abuelo violento, los golpes y la sumisión constante de mi abuela,son sus dieciocho años estando embarazada sin, pienso yo, quererlo, es el fruto de mi cultura machista, de los mensajes confusos que llegaban a mí siendo niña cuando me decían «no te dejes de ningún hombre pero sí sirvele a tus hermanos», y aunque en mi adn ya esté la tristeza no puedo vivir más justifcando mi inacción, mi continuo no sé, mi quietud sobre los pasos que doy.

Carl Jung denomina a este intruso como la Sombra que yace en el inconsciente, ese algo que carece de luz; sólo la conciencia goza de ella, siendo la voz que narra todo y a la que creemos controlar por completo pero, como una marioneta, es la Sombra quien termina permeando el velo con que vemos el mundo. Según el psiquiatra esta sombra es mucho más antigua que la conciencia porque ya está inherente en la inquietud de nuestra especie, ese algo que la humanidad ha querido/reprimido desde que empezó a ser un ser pensante: es un patrón emocional heredado al que llamó arquetipo, cabe mencionar que la psiquiatría moderna no toma tan en serio sus teorías por considerar que van encaminadas más al ocultismo/ lo esotérico, y que sus referencias fueron más utilizadas para la literatura y la filosofía, así como la astrología y el tarot, pero en este espacio es bienvenido el misticismo y todo lo que no le guste a la hegemonía.

Para Jung hay muchos arquetipos y valdría la pena hablar de ellos más a fondo, pero en esta entrada solo mencionaré a la Sombra y la Persona, la primera muestra su oscuridad en los sueños y tiene diferentes rostros, de ahí que haya quienes, como yo, tengan pesadillas recurrentemente. Entre más en silencio esté el intruso-sombra más crece su oscuridad, y en un momento es ya quien controla por completo al individuo, puesto que contiene todos los traumas (olvidados o no), las emociones no gestionadas o reprimidas, lo que desaprobamos de nosotrxs mismxs, mientras que la Persona es cómo nos introducimos en la sociedad, es esa máscara que usamos para poder ser aceptados, lo políticamente correcto, lo que no causa problemas, lo que lleno de prejuicios dictamina lo bueno y lo malo, es quien cuida a nuestro ego y, como en una obra de teatro, sabe cómo actuar dependiendo de con quién estemos. La Persona es la jaula de la Sombra. ¿Y nuestra verdadera y auténtica esencia dónde está?

En la parte dos de este texto ahondaré más en Jung y las pesadillas como espejo de la Sombra, sin embargo quiero dirigir mi idea a la cosmovisión de la feminista chicana Gloria Anzaldúa, quien se refiere a este intruso como la Bestia-sombra.

“Nos da miedo que nos abandone la madre, la cultura, la raza, porque no somos aceptables, somos defectuosas, estamos estropeadas … para evitar ese rechazo algunas de nosotras nos amoldamos a los valores de la cultura, forzamos a las partes inaceptables a quedarse en las sombras. Lo que nos deja solo un temor- que nos descubran y que la Bestia-sombra consiga salir de la jaula…”.

Pero algunas otras queremos saber el origen de nuestra bestia-sombra-intruso, ¿cuándo llegó, por qué no se va, ya estaba ahí desde que nacimos o fue nuestro contexto quien lo introdujo? Anzaldúa propone una solución drástica, no solo mirar a la bestia-sombra-intruso, sino despertarla, despertar ese fuego que arde dentro, ese animal salvaje que es inmoral, que es sexual, que es rebelde y que no les va a gustar porque no es amable, no es sumiso y ya no llora, cuenta que “algunas afortunadas hemos visto en el rostro de la bestia-sombra no lujuria sino ternura”.

Yo interpeto estas palabras como aceptarnos completamente, integrar la sombra para mayor autoconocimiento: dejar de ser tan duras con nosotras mismas y abrazar eso que no nos gusta, porque no se irá solo por desear que se vaya, tenemos que trabajar en ello y el primer paso, al menos el que a mí me ha empezado a funcionar, es tener más apertura a nuevas cosas (cuando dejas entrar te ves obligado a ir quitando); desde que empecé a teorizar en el feminismo mis preguntas han cambiado de forma y aunque sigo en la búsqueda de las respuestas entiendo que mucho de lo que pienso está muy atado a los valores de mi cultura, que es profundamente patriarcal y no tiene que ver con lo que yo quiero ser y quiero enseñar a mi hija, entonces sí, el primer paso es la aceptación del intruso y una vez que lo hemos visto, con ternura tratar de entenderlo y siempre, siempre, cuestionarnos su origen, por lo que las lecturas son aliadas, la información de lo que ha sucedido y de dónde estamos paradas tiene más que ver con nosotrxs de lo que creemos, de ahí que digan que lo personal es político. Hasta aquí la parte uno de esta entrada, espero que su 2024 esté lleno de auto-reflexión, plenitud y mucha ternura hacia ustedes mismas.

BIBLIOGRAFÍA

Jung y el ocutlismo: arquetipos, sombras y proceso de individuación en https://www.youtube.com/watch?v=xAY9FVetAtl

Anzaldúa, Gloria, La nueva mestiza, traducción de Carmen Valle.

Yaneli J. González Velasco nació en Calvillo, Aguascalientes en 1995. Es egresada de Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Correctora de estilo y mamá de Eileen.  Su cuento “La huida”(2022) obtuvo el primer lugar nacional  por la librería sinaloense Sra. Dalloway. Es parte de la antología de poesía hidrocálida Brevario pandémico (2020) por la editorial independiente Agujero de Gusano. Como Camila Sosa Villada ella cree, con firmeza, que sin la escritura no habría posibilidad de vivir.

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