Letras que ab (sorben/sortan) | Incapacidad auditiva latente

Por: Maleni Cervantes

Dicen que el hombre por naturaleza tiende a ser un ser social. Palabras que he escuchado en repetidas ocasiones tanto en contextos académicos como familiares. Sin embargo, ¿qué tan cierto es esto?

Quizá pudiera observarlo en un primer plano, con una carrera que tiende a ser uno de los ejemplos máximos: la psicología. Donde el hablar se convierte en una herramienta para conocerse mejor y así poder sanar todo aquello que de manera directa o indirecta nos lastima. Sin embargo, en este proceso, hay un contexto comunicativo en el que hay una persona que habla y otra que lo escucha. Por lo que puedo concluir que, una persona puede resolver parte de sus problemas al relacionarse con alguien más.

O, a lo mejor, puedo percibir dicha premisa social en un restaurante, alguna cafetería o, incluso, en una oficina con servidores públicos. Lugares en los que las personas llegan a platicar con los trabajadores con una pregunta que termina por convertirse en la conversación de una anécdota personal. Ya que su intención es ser escuchados por alguien que, aunque no los comprenda ni le interese lo que digan, finge entenderlos y tener una pizca de humanidad al mantener trato con ellos.

Tal vez, todos en algún momento de nuestra vida hemos experimentado esa necesidad de hablar con alguien que nos escuche y nos dé una palabra que nos reconforte o consuele hasta cierta parte.

Yo, por ejemplo, en varias ocasiones he recurrido a hablar con mis allegados de ciertos problemas por los que he tenido que atravesar. Con el deseo de un consejo o, de por lo menos, sacar todo eso que me atormenta y que me causa nudos en la garganta.

Esta vida duele, está repleta de aventuras y tragedias. No sabemos cuándo, pero estamos conscientes de que en algún momento habremos de experimentar la ausencia de un ser querido, ya sea por una separación inevitable o una enfermedad que cobre la vida de esa persona especial.

Y es que, no somos conscientes de la necesidad de escucha de los demás. No somos capaces de escuchar a quienes nos rodean. No nos damos a la tarea de sacar esa parte humanitaria que existía anteriormente entre los vecinos que se daban la mano cuando lo necesitaban entre sí.

Ahora, todo se convierte en un individualismo que tiende a lo egocéntrico y narcisista en el que “yo” como persona no me interesan los problemas de los demás, sólo los míos. Si eres de mi mundo, adelante. ¿No te conozco? Ni siquiera te dirijo los buenos días, ¿para qué? ¿Qué me importa el luto ajeno?, ¿a mí qué me importan tus problemas económicos?, ¿por qué he de escuchar sobre la muerte de tu esposa?, ¿crees, acaso, que me importa la enfermedad terminal de tu madre? Yo vivo de mis propios asuntos. Hoy tengo que pagar la renta, el fin de semana tengo que comprar los adornos navideños y el lunes tengo una reunión para ver lo de la posada con mis amigos.

No obstante, si me pongo en ese plan y no deseo escuchar a nadie, ¿quién va a querer escucharme a mí cuando lo necesite? Nadie.

Y lo más triste del embrollo, en mi realidad inmediata, es que pese a que yo sí escuche a alguien, habrá momentos en los que nadie me escuche a mí. Entonces, ¿qué me queda?, ¿qué nos queda en esos momentos? Hablar con el perrito callejero que espera con alegría a la espera de un poco de croquetas en forma de limosna. Él siempre estará para cualquiera. Mientras las personas, casi en general, se absorben y absorberán en su incapacidad auditiva latente.

Queridos lectores, ¿lo comprenden?, ¿se sienten abrumados al igual que yo?, ¿comprenden la desesperación que me da al ver cómo un adulto mayor es ignorado en la soledad de la vejez?, ¿perciben la impotencia de un niño cuando necesita el oído de sus padres y no los de un aparato electrónico?

Desde esta perspectiva, me gustaría compartir con ustedes una historia que me partió el alma. Un cuento que leí hace algún tiempo, pero que sigue marcando mi día con día. En “La tristeza” de Antón Chéjov veremos la historia de un cochero que espera ser escuchado (leído) por todos nosotros, con el propósito de sanar la herida de la ausencia y la soledad que carcomieron su vida.

Más, ya que lo lean, invítenlo a reflexionar con ustedes, a que conversen durante los instantes en que más falta les haga un corazón humano en el cual albergar sus pensamientos.

Hasta ahí llega mi recomendación literaria de esta vez con el propósito de quitarles la venda de los ojos para invitarlos a conversar con quienes lo necesiten. Quizá es mucha reflexión y poca descripción, pero espero que me comprendan, porque esto es una probadita de un cuento que puede marcar la diferencia entre nuestras interacciones sociales cotidianas.

Recomendación literaria disponible en: Chéjov, A. (2015). Obras maestras. Antón Chéjov. México: Editores Unidos Mexicanos, S. A.

Maleni Cervantes (1997) nació en Yahualica, Jalisco. Actualmente, es egresada de la Licenciatura en Letras Hispánicas por parte de la Universidad de Guadalajara. Como autora ha participado en distintos proyectos, entre los más destacados se encuentra su columna de opinión “Vagando por las calles” en la revista de Engarce donde trata temas de cultura mexicana. Por otro lado, ha publicado cuentos en diversas plataformas, por ejemplo, en el libro Bajo el paraguas o en la revista electrónica Letralia. Además, ha sido tallerista de escritura creativa para estudiantes de preparatoria por parte de Luvina, la revista literaria de la UdeG. 

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