Insurrecciones Estéticas | Duelos y duermevelas

Por Selvia V. Kotasek

A veces, el sueño es el camino que encuentran los vivos para evadirse del mundo, y en ocasiones los muertos se comunican con ellos para hacerles olvidar la tristeza y la soledad.

Sueño profundo, Banana Yoshimoto

Cada cierto tiempo me pasa (y estoy segura de que no soy la única) que el aura de algún libro, película o canción me llama de manera particular, como un susurro que me invita a responder a un mensaje que luego de leer, ver o escuchar, entiendo por qué debía recibirlo.

Algo así me pasó hace poco con “Sueño profundo” de Banana Yoshimoto, un libro con tres relatos de la autora japonesa que, aunque independientes, se unen por las experiencias de sus protagonistas que entretejen pérdidas, duelos, incertidumbres y resoluciones a través de un hilo común: el sueño.

En las tres historias hay ausencias. La muerte está siempre presente, no como amenaza, sino como certeza que devuelve una pregunta que, por lo menos en mi experiencia, se vuelve recurrente cuando perdemos a alguien: “¿y ahora qué sigue?”. Una pregunta (permanentemente implícita) sin respuestas claras o inmediatas, pero que permea en esos momentos inciertos y borrosos que acompañan un duelo.

A lo largo de los relatos, el sueño se vuelve enemigo, aliado, obstáculo, posibilidad, desamparo y refugio. Y una como lectora, encarna cada una de esas posibilidades. Mientras leía, pude (re)vivir la sensación del sueño pesado a través de las ocasiones en que pararme de la cama era un gran desafío. Resoné con los largos períodos de sueño que permiten evadir la realidad y recordé el deseo por los encuentros imposibles que ofrecen los viajes oníricos, irreales y breves.

En cada página me fue posible acuerpar las sensaciones que Yoshimoto evoca de manera fina y cercana sobre lo que se vive ante una pérdida: los baches que parecen eternos; el estado de duermevela que no es sueño pero tampoco vigilia; el letargo y la sensación de ir en automático en una vida que ya perdió sentido y dirección.

Sin embargo, a pesar de la dureza de los temas elegidos, hay en cada relato un final enternecedor protagonizado por relaciones entre mujeres de diferentes dimensiones, cuyo amor y cuidado transcienden para instalarse en nuevas certezas que permiten transitar hacia una nueva fase de la ausencia de la persona amada. Una ausencia que no se hace menos, pero sí más llevadera.

Por supuesto, no pude evitar resonar con ello, pues si bien las experiencias de las protagonistas giran en torno a relaciones con algún hombre de sus vidas, es en sus relaciones con otras mujeres donde encuentran respuestas, descanso, paz y fuerza.

Destaco, además, que las certezas encontradas por las protagonistas no descansan en hechos racionales o verdades absolutas. No se trata de la resolución del duelo (término que le encanta a la psicología clínica) o de resolver cada aspecto de la vida. Se trata más bien de creer. Dar un voto de confianza a aquello que no tocamos pero que sí sentimos. Permanecer abiertas y atentas para recibir mensajes o incluso tener conversaciones en sueños.

Se trata de dejarnos llevar ante la posibilidad de habitar la ausencia desde un lugar de dolor, pero no necesariamente de sufrimiento. Una posibilidad nutrida desde el pequeño gran acto de fe que se requiere para creer que quienes ya no están, siguen aquí, tal vez no de la manera en que quisiéramos, pero en forma de historias, recuerdos, imágenes, olores, canciones, libros… que se vuelven susurros y a los que sólo queda responder.

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