Un Lago Envenenado| El gadget precioso próximamente robará tus avestruces


Por Saori García



“Muévete, Márgara, ¿qué no ves que un gadget precioso próximamente robará nuestros avestruces?”, me dice mi nana mientras vacía frenéticamente los cajones buscando algo que le sirva. No estoy segura para qué. No es como que podamos ganarle a un artefacto alienígena del que no sabemos nada. ¿Cómo se pelea contra tecnología extraterrestre? ¿Bastará con golpear la carcasa del aparato con martillos y cazuelas hasta que se rompa?, o ¿será que si escondemos nuestros pájaros en un bunker subterráneo se harte y se vaya para siempre? Por supuesto que no: a los alienígenas les sobra y les basta presupuesto como para hacer un berrinche de escala monumental tan alocado como este.

Ya te digo yo que no sabía lo mucho que importaban los avestruces. Cuando los alienígenas nos dijeron que se iban a robar todas y cada una de ellas, la gente se volvió verdaderamente loca. Los presidentes empezaron a tener juntas a cada rato, y la gente salía a marchar porque temía que empezaran una guerra accidentada, por miedo a los alienígenas, y (claro) por miedo a perder sus avestruces. Nosotros, como buena familia de rancho, no nos quedamos atrás. Nos pusimos a protestar con letreros que decían: “No más secuestros”, “No más terrorismo extraterrestre” y “Mejor llévense a los pingüinos”. Empezamos bien, pero después de algunas horas nos jactamos de lo idiotas que nos veíamos con carteles como aquellos. Si el gobierno no prestaba atención a causas feministas con décadas de antigüedad, ¿qué posibilidad teníamos nosotros, los granjeros de avestruces? Teníamos que encargarnos del asunto con nuestras propias manos. Seguro que los políticos no entendían las implicaciones de tener un establo(diagonal)gallinero con criaturas anatómicamente anormales y prácticamente inservibles.

Y podrías cuestionarme, ¿cuál es el caso de tener animales tan inútiles como esos en una granja? Y yo podría responderte que ninguno. Cero. Siempre que le preguntaba a mi nana cómo es que ganaban dinero para la familia, ella volteaba a ver a tata Marco con incomodidad. Ninguno tenía forma de responder. “Vendemos sus huevos”, decían, y sonreían con una curva forzada en los labios. “A-já”, y ya mejor no les pregunté nada.

Pienso más bien que estaban metidos en cosas más turbias, a lo mejor traficando avestruces o vendiendo carne de “alta calidad” al menor precio. Fuera como fuese, esos pájaros inútiles pagaban mucho, mucho dinero; y el dinero, en tiempos tan terribles como los nuestros, es algo que debe defenderse como se pueda. Por eso ahora tenemos a nuestras fuentes de ingresos como en caja fuerte, escondidas en el ático de la casa. Y podrían pensar que es algo estúpido, pero uno nunca sabe qué pueda servir y qué no en casos como este.

No tenemos idea de cuándo llegará el gadget precioso a robar nuestros avestruces, sólo sabemos que pasará pronto. Como no podemos hacer mucho, terminamos recurriendo a las mismas opciones que mencioné al comienzo: escondimos nuestros pájaros y reunimos todas las armas potenciales en la cocina, e hicimos una defensa exterior con vallas puntiagudas con la esperanza de que estos alienígenas sean tan malos para encontrar, como nosotros somos para esconder.

Pensamos que, tal vez, ellos vendrán y no encontrarán lo que buscan y se irán como llegaron, o que entrarán y verán nuestra barricada y a una niña y dos ancianos con sartenes y herramientas en mano listos para defender lo que es suyo, y notarán que se trata de una familia que no les tiene miedo y se acobardarán ante la idea de combatir a criaturas tan anormales como nosotros. Pensamos que pensarán que somos raros y temerán que dañemos su precioso gadget, o que lo infectemos con algún mal desconocido del que no encontrarán cura. Porque cuando el resto de las personas se esté ocultando de los extraterrestres, nosotros les diremos que no nos dan miedo y seguiremos en pie defendiendo a animales tan raros, tan mediocres (o, si prefieren, tan inútiles) como nosotros. Y se asustarán de todas las demás personas porque no sabrán cuántas estarán tan mal de la cabeza como para hacer algo fuera de su alcance, y que pelearán y seguirán peleando por un motivo que supera a un berrinche tan descabellado como ese.

Saori Scarlet García Palacio. De Guasave, Sinaloa, 2003. Estudiante de la Licenciatura
en Escritura Creativa de la Universidad de Guadalajara. Participante en talleres de
lectura como “El cuento es un parpadeo perpetuo” y “5 maestros del terror”, por Alfonso
Orejel Soria; y del “Taller de cuento” junio-julio 2023, impartido por el autor Alfredo
Núñez y organizado por la Coordinación Nacional de Literatura (CNL). Creadora de
contenido en “Tántalo Envenenado”, página de arte y poesía en Instagram. Escritora
novel, con gran interés en la producción, traducción y análisis literarios, especialmente
el ensayo y la poesía.

Publicado por LaCoyolRevista

No sé quien soy. No ando en busca de estilo, sino de retos.

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