El realismo terrible de una religión con los mal llamados «dioses humanos» y los límites de la comprensión humana reflejados en los mitos griegos.

Por Enola Rue

Lefkowitz en su libro Dioses griegos, vidas humanas: lo que podemos aprender de mitos (2003) comienza planteando el problema de que muchos no siempre leen los mitos de las fuentes originales, sino aquellos mitos modernizados que tienden a trivializar el papel de los dioses. Por ejemplo, la frase errónea utilizada por Edith Hamilton que dice que «los antiguos griegos tenían dioses humanos».

Ahora bien, cuando los escritores antiguos cuentan las historias, los dioses juegan un papel importante e incluso dominante. Los mitos eran fundamentalmente historias religiosas, las cuales narraban sobre cómo llegar a un acuerdo con fuerzas más allá del control humano.

A saber, la Ilíada les enseña que aun los más grandes héroes no podrían haber logrado muchas de sus hazañas sin la ayuda de los dioses, o saber con certeza cuáles serían las consecuencias de sus acciones. Además, los mortales no son conscientes de las acciones de los dioses porque estos aparecen disfrazados o envueltos en niebla.

De igual manera, Lefkowitz señala que cualquier cosa extraña, repentina o impredecible puede ser un presagio. Por ejemplo, nos recuerda la anécdota histórica sobre Creso, el rey de Lidia en Asia Menor (hoy parte de la Turquía moderna) fue al oráculo de Delfos para preguntar si debía atacar a los persas. La famosa y ambigua respuesta fue, según Heródoto en el siglo V a. C.: “Si cruzas el río Halys, destruirás un gran imperio”(1.53.4).

En efecto, Creso olvidó que los mensajes de los dioses suelen tener un lenguaje ambiguo o difícil de interpretar, que estos pueden engañarnos deliberadamente. Como sabemos, un imperio fue destruido, pero fue el del propio Creso.

Con certeza, nuestra noción de divinidad difiere de la de los antiguos griegos. A nuestro entender, o al menos los que se criaron en la tradición judeocristiana, Dios es bueno, se preocupa y quiere en última instancia ayudar a la humanidad. No obstante, para los antiguos griegos, los dioses se mantenían en el Olimpo, alejados de los humanos. Estos no amaban a ninguna persona incondicionalmente. Incluso si se preocupaban por sus hijos, o si se enamoraban de otros mortales, siempre los abandonarían.

Pongamos por caso a Odiseo, un mortal tan inteligente y valiente que nunca se dará cuenta de la extensión de su propia ignorancia y al final de Odisea está a punto de perder todo aquello por lo que ha luchado por su deseo de venganza. Entonces, Atenea interviene para detenerlo, siempre disfrazada y nunca se queda por mucho tiempo. Lefkowitz demuestra que a la diosa Atenea le gusta Odiseo por su ingenio, pero esto no le impide abandonarlo a su suerte por años y tampoco se enfrenta a la ira de su tío Poseidón con el héroe. Entonces, la autora señala que los mitos ayudan a los seres humanos a aceptar los límites de su propia comprensión.

En el mismo orden de ideas, en Edipo y Antígona de Sófocles, los dioses no intervienen para evitar la ruina y muerte eventualmente de toda la familia. Lefkowitz manifiesta que el problema no era que Edipo estaba enamorado de su madre, esa interpretación del mito nos dice más de Freud que de Edipo, sino que, tal como lo relata Sófocles, Edipo no sabía quién era realmente.

Inicialmente, la obra nos muestra como la ciudad de Tebas se encuentra bajo una plaga terrible. Por lo que el oráculo de Delfos, bajo un mensaje ambiguo, le dice que la plaga fue enviada por los dioses porque un asesino estaba contaminando la ciudad. El mismo Tiresias le advierte a Edipo que el asesino no era otro que el mismísimo Edipo. Sin embargo, aquel no le cree e investiga por su cuenta, solo para descubrir que en su intento por evitar la conocida profecía que tendía sobre sí, se las había arreglado para cumplirla.

Sus hijos también sufren otras desgracias. Sus dos hijos se matan en un combate singular y su hija Antígona muere por realizar los ritos funerarios para uno de ellos, yendo contra las órdenes del rey Creonte. De la misma forma, Tiresias le advierte que los dioses deseaban que se realizara el entierro, pero cuando persuade a Creonte ya era demasiado tarde: Antígona, el hijo y la esposa de Creonte se habían suicidado. La obra culmina con el rey Creonte quedándose solo.

Ahora bien, ¿por qué los dioses permitieron que tantas desgracias se sucedieran, cuando pudieron evitarlas fácilmente? Los dioses castigaron a Edipo por un crimen que había cometido Layo. Como dice el coro en Antígona de Sófocles, un crimen lleva a otro y eventualmente los dioses provocan la destrucción de una familia completa.

Ocasionalmente, personajes menores en estas obras aconsejan la moderación y el honrar a los dioses, pero Lefkowitz se pregunta cómo saber que eso es exactamente lo que hay que hacer, si los mensajes que los dioses envían son ambiguos y nosotros tendemos a equivocarnos. ¿Cómo puede alguien saberlo, si incluso los más sabios entre nosotros no están seguros de con quién están hablando?

¿Por qué los dioses no están preparados para ayudar a los mortales a ser menos ignorantes? Lefkowitz plantea que un griego antiguo podría responder que se debe a que los dioses no existen con ese propósito, que ellos están en el poder y solo heredaron a la humanidad como parte del mundo creado por sus predecesores. Los antiguos griegos jamás esperarían en Zeus a un padre que los cuidara o verían en Hera a una madre sustituta, un papel que no sería para la diosa más enfadada y engreída de todas. No obstante, los seres humanos les ofrecían sacrificios y ofrendas en santuarios y espacios sagrados para que los dioses los ayudaran.

Para concluir, la autora nos manifiesta que la principal razón por la que se contaban estos mitos es porque su religión describe el mundo tal como es, con un realismo terrible. Los mitos explican por qué una persona no puede escapar de un destino aciago confiando en su propia inteligencia: en el proceso de evitar la profecía, Edipo se las arregló para cumplirla. También relata como alguien como Antígona puede hacer lo correcto pero, no obstante, morirá y no será recompensada en vida.

Es incuestionable que es una religión en la cual no se puede depender de deidad alguna, ofrece responsabilidades en lugar de recompensas al ser humano. Los mortales siempre recurriremos a otros mortales para recibir apoyo y afecto, porque en el mejor de los casos, la simpatía de los dioses no es menos que distante.

Aun con las claras diferencias entre esta religión y las principales religiones de nuestros tiempos, Lefkowitz asegura que es una religión que busca el cuestionamiento de las divinidades y los oráculos porque ese cuestionamiento ayuda a comprender mejor las limitaciones humanas. Entonces nos alienta a preguntarnos ¿realmente sabemos lo que nos sucederá cuando decidamos “destruir un gran imperio”?

Publicado por Enola Rue

Enola Rue es una estudiante de la Licenciatura en Letras en la FaHCE (UNLP), ha sido escritora mucho antes de conocer lo que esa palabra significa, el mundo literario es y será su alternativa de vida más importante. Actualmente, posee un blog llamado Indie tear. Entre sus obras, la obra más conocida es "¿Qué dice la margarita?", ganadora del 2° lugar en el concurso Clásicos Romances (2018). A su vez, su cuento "No se admite ser para la muerte" fue publicado en el libro "Esa otra voz" por la Editorial Rubin. Ha descubierto que sus obras son un eterno intento de mostrar su irrepetible forma de ver el mundo y traer esta experiencia a los lectores.

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