Por Enola Rue
No es un secreto que adoro los libros usados, ya sea por el aroma que te adelanta una experiencia catártica, ya sea por los rastros de sus antiguos dueños. Y he aquí el punto más importante, los rastros.
Toco el libro y siento las huellas de sus lectores anteriores, siento su amor, siento un camino que termina con ellos y empieza conmigo. Se percibe un aura de ansiosa curiosidad, que te lleva a imaginar las posibles historias de esas personas, impresas en aquellos rastros.
En un libro de Poesías de Machado que compré hace poco, hay una dedicatoria que dice: “Para que en tus horas románticas, te deleites y viajes por España (y para que también me recuerdes cuando lo hagas)”. Haberla leído me hizo sentir que me lo escribía a mí también, no sólo a su dueño anterior. Se originó en mí una sensación de que alguien allá afuera esperaba que lo recordaran cuando viajase por España.
Esta clase de empatía casi me hace llorar. Sí, es cierto, es difícil pensar que sentí algo así con las palabras de un extraño. Pero, ¿no es lo que todos llegamos a sentir cuando leemos determinado libro, cuando sus palabras nos cambian un día, unas horas, la vida? Eso me hizo esa dedicatoria.
Aun así, sé que ese rastro ha quedado en un camino abandonado por el tiempo, dado que el libro ha llegado a mis manos. Como cuando llegamos al final del libro, sus palabras nos acompañan por otros libros y así aprendemos a degustarlos uno por uno. Quiero pensar que, incluso si el libro se ha perdido y llegó a mis manos, la historia de esa dedicatoria no desaparece porque yo la imagino y la atesoro.
Pienso que hubo alguien en el mundo que se deleitó y viajó por España y recordó el amor profesado, el grato recuerdo y el placer de saber que una persona la recordó cuando vio aquel libro. Tantos sentimientos en una única dedicatoria.
Es posible decir que las dedicatorias también nos cuentas historias, rastros de personas que no conocemos y nos llevan a sentir que nos escriben a nosotros también cuando el tiempo (y las librerías) lleva estos libros a nuestras manos.
Sentí esa experiencia de abrir un libro de segunda mano, siendo bien pequeño, además el libro tenía algunas anotaciones, y eso le añadía misterio a la lectura, era como si fueran dos libros; el que yo leía, y el que desentrañó el anterior lector, desde entonces me encantan experimentar esa sensación, sobre todo si desconozco al anterior o anteriores, lectores. Buena entrada¡¡¡
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